
Por que de no ser por ella habríamos disfrutado de unas vacaciones mucho más cortas en la isla vecina. Ya el día D, en el lapso de hora y media bajamos felices al pueblo vecino, echamos gasolina, vemos como se sale del depósito, subimos al taller cerrado por festivo, volvemos a casa, sacamos herramientas, cacharreo (con esguince incluído) sacar cosas, arreglar cacharros, volver a meter y ¡vamonos! con lenta caravana de por medio y gracias a la persuasión de nuestros compañeros de viaje conseguimos llegar al barco en el minuto antes de cerrar la rampa. ¡¡Las tarjetas de embarque que nos vamos!! Merecido un señor desayuno a bordo para reponer la energía consumida con tanto nervio.
Gracias a esta bendita prudencia (nada que ver conmigo) acabo de volver de pasar unos días increibles en Gran Canaria con una gran compañía.
"Gana el que salte y caiga de pie en las nubes". Puestas de sol increíbles y una brutal inmensidad. Inmensidad de agua, aire y tierra. Elevaciones del suelo de más de mil metros que acaban en acantilados al mar infinito que se junta con el cielo. La única barrera, la que provocan los alisios; alucinante mar de nubes que se ve desde el pinar.
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