
¿Cambiarás de opinión?
A todo aquél con quien he hablado por teléfono por la tarde noche ó a venido a casa hasta hace un par de meses le ha sorprendido de pronto un zumbido de croacs procedentes del estanque. Ranas en celo.
Tras la visita de los niños del pueblo con su caja y su embudo como instrumentos para llevarse unas pocas creímos que los machos eran pardos y las hembras verdes. Sin embargo ahora sabemos que las típicas ranitas verdes pueden cambiar de color. Sus células son un gran escondite que les permiten cambiar de hoja a tronco, es decir de verde a pardo. Y los machos son machos porque les sale una inmensa bola debajo de la mandíbula cuando quieren llamar a sus hembras mientras que a ellas no.
Una característica de estas ranas es el croar cuando la lluvia está cerca. Es por esto que antiguamente eran usadas como barómetros. Tal cual. Las vendían en botes con agua de forma que cuando llovía ó iba a llover quedaban nadando en el agua pero cuando hacía sol subian a una superficie de arena. Ahora ya sé por qué las nuestras sólo cantaban en la primavera lanzaroteña y ahora parece que se hubieran quedado mudas ó que se hubieran mudado de estanque. Era su temporada de apareamiento y aquí no llueve ya más hasta noviembre.
Es un hecho conocido por los biólogos el que las plantas son capaces de detectar la presencia de plantas vecinas a través de cambios en los niveles de agua o nutrientes, o por la aparición de señales químicas en el terreno. Sin embargo, el año pasado Susan A. Dudley y Amanda L. File descubrieron un comportamiento mucho más interesante: hay plantas capaces de distinguir a parientes genéticos dentro de su misma especie. Olé. Su competición por los nutrientes no es tan agresiva cuando los vecinos están genéticamente relacionados dentro de la especie (es decir, no se trata de que la planta reconozca a otros ejemplares de la misma especie, sino a otros ejemplares que son “primos” cercanos).
Por otra parte, en 1966, Cleve Backster, un ex agente de la CIA experto en detectores de mentiras conectó los electrodos de un polígrafo al filodendro de su oficina y, para su sorpresa, descubrió que la resistencia galvánica de las hojas reaccionaba ante diferentes estímulos con una gama de sensaciones que iban del pánico a la alegría. Backster bautizó este fenómeno como «percepción primaria», una especie de sistema sensorial indefinido que parecía indicar la existencia de una facultad cercana a la telepatía.
Entonces, ¿No parece existir en nuestros jardines un mundo más allá del que queremos llegar a ver?
A Marcos y a Lucía que cambiaron su concierto por escucharlas en CD en una noche de playa de Famara, brasas y atún.
También a Pablo (y a mí) que dejamos de respirar cuando el dinosaurio de juguete siguió rugiendo solo.